16.3.08

Relaciones de poder: el pedestal de la violencia

“La violencia es, sobre todo, el fracaso de la inteligencia”

(Dr. Luis Fonticiella Padrón)

El fenómeno de la violencia dentro del ámbito familiar no es un problema reciente.

Existe desde tiempos remotos; diversas culturas han utilizado el maltrato como una forma tolerada y aceptada de educación de los hijos o de tratamiento hacia la mujer y el anciano.

Como expresa Eduardo Galeano:

" La extorsión, el insulto, la amenaza, el coscorrón, la bofetada, la paliza, el azote, el cuarto oscuro, la ducha helada, el ayuno obligatorio, la comida obligatoria, la prohibición de salir, la prohibición de decir lo que piensa, la prohibición de hacer lo que siente y la humillación pública, son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales en la vida de la familia. Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la libertad, la tradición familiar perpetúa una cultura del terror que humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la-peste-del-miedo. Los derechos humanos tendrían que empezar por casa ... "

¿Qué fue lo que ocurrió en el siglo XX, más específicamente en la década de los 60 ?

La violencia intrafamiliar comenzó a considerarse un problema sanitario al constatarse que las conductas violentas hasta entonces aceptadas culturalmente provocaban graves repercusiones (a corto, mediano y largo plazo) en la salud bio-psico-social de las víctimas.

¿Qué es “violencia”?

El término proviene del latín vis =fuerza. Se trata entonces de una fuerza que se ejerce en contra de otra persona infligiéndole cierto daño, y se configura cuando uno de los miembros de la familia comete un acto abusivo hacia otro, sustentado en su poder o jerarquía.

Las forma más común-quizás por ello la más invisible- es el abuso psicológico, que implica toda acción u omisión que dañe la autoestima, la identidad o el desarrollo de la persona, y que incluye insultos, humillaciones, amenazas, silencios prolongados, burlas, desprecios, entre otros.

El abuso físico consiste en pegar, empujar, romper objetos, pellizcar, tirar del pelo.

El abuso sexual involucra cualquier comportamiento en el que un niño es utilizado por un adulto como medio para obtener estimulación o gratificación sexual. La negligencia comprende cualquier omisión de las acciones necesarias para atender el desarrollo y el bienestar del niño, y también constituye una forma de maltrato.

Otra modalidad a considerar, no menos importante, es el caso de los niños testigos de violencia " Cuando los niños presencian situaciones crónicas de violencia entre sus padres, los estudios comparativos muestran que estos niños presentan trastornos muy similares a los que caracterizan a quienes son víctimas de abuso” (Corsi, 1994).

La violencia (en la mayoría de los casos) es una práctica aprendida y consciente, que surge como resultado de una organización social basada en relaciones desiguales de poder. Por ende, no distingue posición social, o nivel educacional. Si bien se considera que la marginación, la desocupación o la extrema pobreza son factores de riesgo (entre otros muchos), las desigualdades producidas por el género y la edad son sus principales determinantes. Hablamos así de una sociedad patriarcal y adulto-céntrica donde los grupos más vulnerables son los que detentan menor poder; tal es el caso de las mujeres, los niños y los ancianos.

Sin embargo, es importante comprender que también los hombres son víctimas de este modelo cultural. El mandato social que legitima la masculinidad, (“los varones no lloran”, “si te pegan, defendete”), se traduce en una altísima tasa de muertes relacionadas con accidentes, consumo de sustancias, suicidio, homicidio, peleas callejeras, cifras que dan cuenta de lo gravosa que resulta esta impronta cultural para el varón en proceso de construcción de su identidad.

Aunque estemos hoy abordando la problemática de las víctimas de violencia dentro del ámbito familiar, no debemos limitarnos a una mirada parcializada que enfrente a hombres y mujeres en una guerra de intereses falsamente antagónicos.

Este modelo cobra víctimas en ambos “bandos”.

Cuando una familia se deshace como consecuencia de la violencia doméstica, aunque esto pueda resultar lo más recomendable en esa situación concreta y determinada, igualmente se produce un quiebre y un duelo en agredidos y agresores.

La pregunta que aquí cabe es : ¿acaso hay alguien que se beneficie con la perpetuación de este modelo?

Según datos proporcionados por UNICEF, en el 39 % de los hogares uruguayos se ejerce algún tipo de violencia contra los niños. Por otra parte, Naciones Unidas da cuenta de que a nivel mundial, una de cada cuatro mujeres es afectada por la violencia intrafamiliar

En nuestro país no existen estadísticas confiables sobre esta problemática porque las víctimas, en un alto porcentaje, no hacen pública su situación, así como tampoco quienes son testigos de ella.

Una de las características-muchas veces facilitadora- de la violencia doméstica es su invisibilidad…y el silencio. Hay quienes callan por pudor; otros por miedo a represalias. También pesan la vergüenza, los temores y las dudas acerca del tratamiento que recibirán y de la efectividad de la denuncia. Sin embargo, la violencia en el ámbito familiar implica un grave atentado contra el derecho a la vida, la dignidad, la integridad y la libertad, y constituye una violación a los derechos humanos.

Los padecimientos que acarrea son múltiples: traumas físicos, trastornos depresivos, ansiedad, temores injustificados, deterioro de la autoestima, predisposición al consumo de sustancias (alcohol y drogas), deserción escolar en los niños o problemas de conducta, problemas de aprendizaje, ideas de muerte o intentos de suicidio.

Por tratarse de una práctica aprendida, las víctimas del maltrato familiar pueden llegar a ser futuros maltratadores, al constituirse ellos mismos en padres, madres, esposos y esposas, hermanos o hermanas. Eso implica una trasmisión intergeneracional del modelo de relacionamiento violento.

Es esencial comprender que todos y cada uno somos actores protagónicos en este escenario. Se trata de un tema que nos obliga a interrogarnos y que en ocasiones quisiéramos no ver, no conocer.

Pero cada vez que ponemos palabras allí donde hay silencio, cada vez que detenemos nuestra mirada en aquello que se soslaya, estamos contribuyendo a descorrer el velo que encubre y facilita estas situaciones.

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